Durante muchos años imaginamos el futuro como un sitio deslumbrante en donde habría autos voladores, patinetas antigravitacionales y ropa que se secaba sola. Podemos decir que buena parte de la culpa es de Robert Zemeckis y su fantástica Back to the Future 2, pero la verdad es que la idea también se extendió entre la imaginación colectiva gracias a su presentación positiva y agradable.
Paralelamente, otros creadores más inquietos proyectaron una imagen del porvenir mucho más hostil y áspero, y se lanzaron en un viaje hacia el terreno de la distopía, ese tipo de sociedad de ficción al estilo del 1984 de Orwell o el Brave New World de Huxley, dos panoramas repletos de elementos con las que nunca quisiéramos tener que lidiar.
Más o menos por ahí va la presentación de Snowpiercer, la nueva serie de que tiene como productores ejecutivos a los célebres surcoreanos Bong Joon-ho, director, entre otros filmes, de la oscarizada Parasite y a Park Chang-wook, autor detrás de la memorable Trilogía de la Venganza, compuesta por las cintas Sympathy for Mr. Vengeance (2002), Oldboy (2003) y Lady Vengeance (2005).
Para irlo pillando rápido, el trasfondo del show: el holocausto nuclear, sucedido años atrás, ocasionó un aumento (aún más) desmedido en la temperatura del planeta. Para revertir tal problema, los científicos intentaron enfriar la situación con hielo y terminaron cubriendo toda la superficie terrestre con una suerte de invierno absoluto e interminable. La solución de la humanidad para salvarse fue construir el Snowpiercer, un tren de movimiento perpetuo al que originalmente subirían las personas ricas, pero al cual termina por “colarse” también un grupo de polizones.
La producción, inspirada libremente en el filme homónimo de 2013 dirigido por el propio Jong-hoo, y también en la novela gráfica francesa Le Transperceneige (1982), narra la historia de un mundo apocalíptico en el que los humanos sobreviven dentro de una mole de acero que rueda a través del globo, a la espera de que algún día allá afuera todo deje de ser una versión de la Siberia con esteroides.
Dentro del gélido expreso, administrado por su misterioso creador, Mr. Wilford, lo que observamos no es más que una representación claramente estratificada del mundo que ya no existe fuera. En el extremo frontal del tren están los de primera clase: miembros de la realeza europea, políticos, figuras del entretenimiento y otros personajes más, cuyo denominador común es una cuenta bancaria lo suficientemente gruesa como para costearse saunas, desayunos gourmet y mascotas exóticas. En la otra punta, literalmente a 1000 vagones de distancia, está la gente de La Cola, polizones del coloso metálico que malviven a base de un racionamiento extremo y una justicia brutal cada vez que osan rebelarse contra los dueños del asunto.
Hasta ahí todo va casi en sintonía con la esencia de la historieta y el filme, pero la verdad es que hay poco más en común. En un giro de 180 grados con respecto al material original, esta recreación de Snowpiercer deja de ser aquel crudo drama neo-marxista repleto de filosas críticas a la sociedad occidental, para convertirse en un policiaco de toda la vida, modus operandi facilista con el que los showrunners de la actualidad pretenden llegar a una audiencia más grande, aunque quizás realmente consigan todo lo contrario.
Las cosas dentro del Snowpiercer se complican cuando Andre Layton (Daveed Diggs), pasajero “colista” y casualmente el único detective de homicidios a bordo, es reclutado por Melanie Cavill (Jennifer Conelly), encargada principal del tren, para resolver un inusual crimen que involucra mutilación genital y hasta canibalismo.
Luego de ver dos episodios completos, la sensación que nos queda como espectadores y seriéfilos con un sentido del gusto más o menos educado, es que existen mil maneras distintas de haber hecho esta serie un poco mejor. Primero: están todos los vacíos científicos que nunca se contestan, como el hecho de que los “colistas” se vean tan sanos cuando no ven la luz del sol jamás, o preguntas del tipo ¿cómo el tren navega por los océanos, a pesar de la congelación global? o ¿quién construyó y arregla las vías?
Sin miedo de parecer exigentes, que lo somos, lo cierto es que hay demasiados huecos en el guion y la recreación de este universo como para que hagamos la vista gorda. Tal pareciera que la intención de productores y guionistas fue dar forma a un subproducto con el que sólo algunos quedarán enganchados. Para que se nos entienda mejor: la serie aspira a lucir como un espectáculo visual complejo y sofisticado, pero, en cambio, demuestra ser simplona y bastante predecible en casi todos los sentidos.
Lo más salvable de todo es Jennifer Conelly. Aquella niña que conocimos hace décadas en Labyrinth (1986) creció para convertirse —desde hace años— en una actriz brutalmente talentosa que es capaz de navegar con la cabeza en alto, incluso en medio de una tormenta como esta. Si Snowpiercer tiene la suerte de no irse a pique luego de la primera temporada, será en parte gracias a su excelso trabajo.
Visto lo visto, bien pudiéramos decir que al bueno de Bong Joon-ho se le escapó la tortuga esta vez. Luego de ganarse el respeto de la comunidad cinéfila con largometrajes como Memories of Murder (2003), The Host (2006) o Mother (2009), luego de Snowpiercer, probablemente no volvamos a mirarlo igual. Tampoco es que vayamos a condenarlo, pues, a fin de cuentas, el hecho de ser uno de los productores ejecutivos no implica que le carguemos toda la culpa, pero sí hay que decir que su visión le falló al apoyar este proyecto. Quizás tanta nieve no lo dejó ver bien.
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