Ayer no tenía nada que hacer y unos megas de más. Y por una cosa y la otra, con un café mediante y el día marcando su hora 17 vestido de un aguacero finísimo, largo, me tumbé en la cama y comencé a hacer scroll en Facebook. Casi nunca entro allí, solo en ocasiones puntuales, pero cuando estoy en uno de mis episodios de hedonismo, me divierte ver la vida vuelta de los otros, sus pequeñas idiosincrasias estallando píxeles y sus pies de fotos sabor caramelo, sacados, supongo, de las piezas de autoayuda de Og Mandino o Robert Greene. Puedo con eso y sigo, aunque en la foto se vea un sol, la playa, la arena y cuatro piernas entrelazadas; debajo la frase: «La vida está hecha de momentos simples, aprende a reconocerlos. Tómalos con las manos y vívelos». Yo no veo mucho la metáfora en eso, o al caso, la relación entre la pandemia, una playa y cuatro piernas, pero yo es que siempre he sido demasiado cínico.
En este tiempo de cuarentena también florecen las parejitas de romanticones. Es fácil reconocerlos porque siempre ponen 246 emojis: nubes, un arcoiris, corazón rojo y asociados. Las fotos que agregan por lo general son selfies, de ordinario más de una, y cumplen con el modelo de las «cinco caritas» tan populares en fotógrafos que cubrían celebraciones de bautizos y cumpleaños a finales de los noventa (ya saben, la moda es cíclica). Las fotos de los romanticones generalmente tienen filtros y una especie de luz sobrenatural que recrea la llama de una vela. Al menos en una de las imágenes Ella sale con el pelo revuelto y un flequillo casual sobre uno de los ojos entrecerrados, y Él de perfil, besándole la mejilla u oliéndole el pelo; en otra foto deben aparecer sonriendo en la cama (destendida, sabemos), sensualmente dispuestos al sexo o sus predios: Él con el pecho desnudo, afeitado y liso como el culo de un niño de cinco años, recostado; Ella mordiéndose el labio inferior, con una blusa ligera y un tirante suelto muerto de tedio sobre un hombro. En ocasiones muestran otros juegos, como la boquita de pato y la carita de pez. Las frases de los romanticones por lo general son alegóricas, recuerdan una fecha de aniversario, el cumpleaños de Él o Ella. En estas jornadas de encierro es popular la fórmula amor + bendición + gracias a la vida, y nos queda: «Estos días a tu lado me han demostrado la suerte que tengo de tenerte porque nuestro amor es un regalo, una bendición que agradezco cada día». Punto. Cierra con emojis.
La última tendencia de las publicaciones de Facebook son las relacionadas con comida. En mi incursión de ayer pude ver unos 15 platos diferentes, en algunos casos, incluso, una lista de las elaboraciones. Resulta que la cuarentena produce aspirantes de MasterChef. A la gente le ha dado por repasar los libros de Nitza Villapol y sacarse de la manga un flan de calabaza y croquetas criollas y ensalada de vegetales salteados, potajes también, pero algunos les llaman «fabada» o «cocido», y ya no se sabe. Daiquirí, he visto; un Miami Vice vestido de carnaval, Piña Colada he visto, y un trago perturbador, marrón y sin nombre, en el que pienso ahora como una «Sensación de licor». Cazuelas, platos, manteles, mesas servidas; melones, zanahorias, berenjenas, claro, y un toque exótico en la compra: una linda raíz de jengibre… El mundo, Facebook mediante, ha recobrado el noble arte de los bodegones al mejor estilo Cézanne. Aplausos para los cocineros amateurs y sus fotos con delantales, gozo para los comensales felices. Emoji de cucharón. Cierra.
Luego de media hora deslizando los dedos, estaba al punto del aburrimiento, pero todavía conservaba la esperanza de ver alguna otra publicación de los romanticones, algo como «Fulana ha cambiado su foto de perfil» y entonces romperme de la risa al ver a Fulana besando a Mengano, a Fulana y Mengano besando, los dos al mismo tiempo, un perro o un peluche. Pero no tuve suerte y para mal, empecé a encontrar publicaciones incómodas: solo letras sobre un fondo de color entero. Y eso no tiene gracia. Frases así, apenas: «La libertad es de quien la conquista. Un gobierno no puede decidir si uno es libre o no». Y esta otra: «La economía y sus contracciones son pretextos de los gobiernos ante la ineficiencia de sus acciones en tiempos de crisis». La gente que escribe estas cosas, por lo común, andan a medias de un libro de filosofía, o acaban de terminarlo, y luego de pensar un rato se deciden a «romperla» y condensar en una frase la destilación que con su intelecto privilegiado extrajeron de sus lecturas recientes. Y como Facebook es lugar propicio y fértil para la ignorancia, estos sabios posmodernos se dejan allí, ante la ceguera de los otros, un resumen de los labios de Foucault o el bigote de Nietzsche. El mundo es así.
Pero estos últimos filósofos de los estados y amantes del «¿Qué estás pensando?» no son los peores. Esa categoría la reservo para los denunciantes parabolanos, cuyo repertorio es de lo más conocido en la más ramera de las redes sociales. Las publicaciones de los denunciantes siempre van con una foto del suceso, acompañada de una descripción prolija. Las palabras «represión», «gobierno», «libertad», «agresión», «enemigo», «amenaza» son regla y deben quedar expresas, jamás entre líneas. La secuencia es: yo dije basta de injusticia y el hombre me gritó y luego me amenazó; yo le dije que me explicara pero se negó y que me metía preso, me dijo, que me llevaba para la estación, me dijo, y me llevó…
Eso, algo así, fue lo último que miré en Facebook antes de caer dormido y pasar de un sueño a otro, con saltos, como en Inception. De un sueño a otro, todos esos infames que antes vi en la ciudad ramera, hasta despertar con esa visión tan clara, en el que una banda de ciegos recorría La Habana disparándoles a todos con AKMs.
PD: Si quieres leer las entradas anteriores, puedes hacerlo aquí.
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