En El Secadero (José Luis Aparicio, 2018) existen varios frames que pueden devolverte al David Markson terminal (una especie de autor saturado de los planos y la composición; en ese momento, se limitaba casi exclusivamente a lo metaliterario) de La soledad del lector.
Estos son los encuadres de Markson:
“Sir Thomas More fue decapitado en la Torre de Londres. El conde de Surrey fue decapitado en la Torre de Londres. Sir Walter Raleigh fue decapitado en la Torre de Londres.
La vida es una larga preparación para algo que nunca sucede”.
Estos son los de Aparicio:
En el suelo, la cabeza de un policía, rodeada de sangre; al fondo, una rueda de bicicleta.
— ¡Camacho a medicina legal! ¡Responda medicinaaaa!
— ¡Dime, Camachoooo! (otra voz).
— Tenemos un 09 aquí en Casablanca (Camacho).
— La séptima ya, ¿no? ¿y quién es el afortunado? (la otra voz, de nuevo).
— El teniente Padrino.
— Tremendo singao.
***
El Secadero es esa preparación que funciona como juego preliminar: un proceso que aparece, necesariamente, porque luego llegará otro que maniobrará como punto culminante, como clímax consecutivo de algo que debería suceder, pero no.
A priori, eso parece El Secadero —un preámbulo sublime sobre anécdotas conexas—, pero El Secadero pudiera ser, en realidad, lo que no sucede durante sus veintisiete minutos.
Esto es lo que ocurre: un asesino decapita policías en varios lugares de La Habana. Mario y Camacho, dos oficiales, encuentran la última cabeza (la más reciente, al menos) y después sobrevienen varios hechos que llevan a ambos personajes hacia situaciones extravagantes.
Esto es lo que no ocurre (sin spoilers, como a ti te gusta; o sí hay spoilers, depende): la intrahistoria relativa al homicida, los policías y los asesinatos. Nunca verás al tipo talando el cuello de un hombre. De cualquier manera, ya sabes cómo se hace.
El Secadero es, entonces, lo que no ocurre mientras crees que está teniendo lugar una historia principal y se sustenta como mismo se ratifican los episodios pilotos: mediante los propósitos de las introducciones (la articulación de microhistorias como si estas conformasen la trama central).
En ese sentido, los textos que surgen como divagaciones en el cortometraje se convierten en recursos para legitimar los fragmentos de pequeñas narraciones afines. Piensa en Marty describiendo a Rust en la primera temporada de True Detective —en el capítulo inicial, casualmente—: “por eso lo llamaban el recaudador de impuestos. Todos teníamos estas pequeñas libretas o algo así. Él usaba un gran cuaderno. Se veía gracioso yendo de puerta en puerta con él… como un recaudador, que no está mal en lo que se refiere a apodos”.
En El Secadero, lo anterior asoma a veces bajo la norma de los tributos:
—Algún día, los políticos, los edificios feos y las meretrices serán respetables.
—¿De dónde pinga tú sacaste eso, Fondón?
—Chinatown.
Vuelvo a Markson: La soledad del lector es también, de alguna forma, una constante introducción a los homenajes que realiza un Protagonista mientras se habitúa a nuevas circunstancias en su vida.
Vuelvo a José Luis Aparicio: El Secadero es el prólogo (¿o epílogo?) perfecto para una historia de asesinatos en un contexto al que muchos intentaban acostumbrarse —año 1993—. En su caso, varios homenajes se extienden alrededor de muertes: especies de ofrendas convenientes para la provocación.
P.D: Si quieres ver este cortometraje puedes llegar hoy a las 3:00 pm a la sala 2 del Multicine Infanta o el miércoles 11, a las 5:30 pm, a la sala 4 del mismo lugar.
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