La complejidad para trasladar correctamente un videojuego al formato cinematográfico ha quedado demostrada varias veces, gracias a adaptaciones que, buscando aprovechar el tirón comercial de esta industria, solo han conseguido crear adefesios que poco o nada conectan con la esencia del producto original.
De ahí podemos citar filmes tristemente célebres como Super Mario (1993), Street Fighter (1994), BloodRayne (2005) o Doom (2005), así como infames series de televisión de la talla de The Legend of Zelda (1989), Mortal Kombat: Conquest (1998) y la reciente Resident Evil (2022).
También hemos tenido otros casos que se han quedado “tibios” y, a pesar de no fallar estrepitosamente (las películas de Mortal Kombat o Tomb Raider son un buen ejemplo), tampoco han dejado resultados demasiado memorables para los gamers que desean ver a sus personajes e historias favoritas en la televisión o el cine.
El punto es que, hasta hace poco, los ejemplos favorables no abundaban. Sin embargo, luego de décadas de dar tumbos y sumar pocos aciertos, últimamente da la impresión de que los showrunners han dado con la clave para crear obras más que decentes, basadas en títulos nacidos al calor de la cultura del joystick.
Entre los aciertos de estos tiempos se cuentan las series de animación Arcane (2021), Castlevania (2017), The Cuphead Show (2022), y tal vez un poco menos Dragon’s Dogma (2020), DOTA: Dragon’s Blood (2021) y Resident Evil: Infinite Darkness (2021), todas ellas distribuidas por Netflix.
Más allá de que hayan tenido detrás a diferentes estudios y equipos de realización, lo cierto es que estas propuestas captaron muy bien el argumento de sus predecesores y fueron capaces de desplegar un espectáculo visual a la altura de las expectativas, a diferencia de algunos live action que, debido a los elevados costos de producción que implica el CGI de élite, no siempre han podido hacer justicia en ese sentido.
El 13 de septiembre pasado, la principal plataforma de streaming del mundo estrenó una serie que va por esa línea y volvió a dar en el clavo. Cyberpunk: Edgerunners cuenta con 10 episodios y es un proyecto en el cual colaboraron la compañía de animación japonesa, Studio Trigger, y la empresa polaca de videojuegos, CD Projekt RED, precisamente la encargada de lanzar en 2020 el título Cyberpunk 2077 (CP: 2077), en cuyo universo se ubica esta producción.
La historia tiene como protagonista a David Martínez, un talentoso muchacho de origen dominicano que estudia en la prestigiosa Academia Arasaka de Night City, pero sueña con convertirse en un cyberpunk, tener muchas modificaciones cibernéticas y vivir una vida al margen de la ley.
Un día, David y su madre, Gloria, son víctimas de un accidente provocado por el enfrentamiento entre dos bandas y, debido a la falta de dinero para ser mejor atendida en el hospital, la señora perdió la vida. Acto seguido, al recibir las pertenencias de ella, el chico encontró un implante militar modelo Sandevistan que luego se hizo instalar.
Luego de recibir su primera “mejora”, el joven se unió a un grupo de los también llamados edgerunners y comenzó a vivir como mercenario, dispuesto a realizar trabajos con tal de ganarse la vida de forma anárquica y “libre”.
En primer lugar, hay que resaltar el apartado artístico del material, que no solo fue capaz de recrear a la perfección varios de los espacios del conocido videojuego, sino que llegó más allá. Mediante diseños vistosos, pero poco recargados, y una paleta de colores obsesionada con el neón, Studio Trigger, símbolo de excelencia donde los haya, volvió a elevar el anime hasta la expresión más alta posible.
La atmósfera magnética y turbia de Night City nos recuerda a esa versión distópica de Los Ángeles que vimos en Blade Runner y también a la Ciudad Gótica nacida en los cómics de Batman. Este lugar de contrastes, donde prácticamente todo —lo bueno y lo malo— es posible, sirve como telón de fondo para que las mentes de Mike Pondsmith, creador de CP: 2077 y de los guionistas Yoshiki Usa y Masahiko Ōtsuka, construyan un “relleno” a la altura del envoltorio que les ofreció la gente de Trigger.
En el relato, que cuenta con escenas de acción llenas de sicodelia y gore, se percibe también un tono melancólico que equilibra las cosas y nos regala momentos emotivos y reflexiones interesantes sobre fenómenos como la ambición, la libertad y las adicciones.
En resumen, luego de ver los capítulos de Cyberpunk: Edgerunners queda clara la superioridad de la animación para conseguir algo que el cine de acción real no siempre puede: las posibilidades casi infinitas para recrear ambientes y situaciones increíbles sin necesidad de gastarse varios billones en el proceso (The Rings of Power, sí, les hablo a ustedes).
Más que cubierta la parte de la forma, los encargados de generar el argumento pueden usar todo el material de base que ya existe para construir un producto, cuya novedad en términos narrativos no es tan indispensable como su acople armónico con el universo del que ha salido. Hecho esto, el éxito está garantizado.
Al final, Cyberpunk… mezcla belleza formal y de contenido en una serie que, sin hacer mucho ruido, confirma a la animación, tal vez no como el mejor vehículo para adaptar videojuegos (libros o cómics), pero sí como el más eficiente y con resultados más satisfactorios en el pasado reciente.
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