Copa América, Día 2: Penales que te fastidian el día

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Messi puso delante a los suyos, pero su gol no bastó para que los albicelestes se llevaran los tres puntos. Foto tomada de Infobae.

Después de dos finales consecutivas de Copa América, el Argentina – Chile se ha convertido en un partido más agresivo, como una discusión entre viejos conocidos que se siguen culpando mutuamente por resultados que ya no vienen al caso. Está claro que la más dolida de las selecciones es la albiceleste, aunque los chilenos no les dejan pasar una, y si no, igual les juegan bien fuerte, para que no olviden el pasado reciente.

Argentina falla ocasiones claras. Chile empuja, marca arriba, molesta en la salida y no genera ocasiones. Así, Lautaro Martínez y Nicolás González dilapidan oportunidades, una tras otra. Yo sé que no viene al caso, pero si Higuaín pifiaba una de esas, le hacían 20 memes, le abucheaban incluso con la grada vacía, y al día siguiente en el Granma salía una nota de tres líneas sobre el fallo. Al final Messi abrió el marcador con un libre directo, y el partido parecía encaminado. Chile mordió fuerte en el segundo tiempo, ahogó a Argentina, se encontró con un penal innecesario, la defensa displicente no fue capaz de evitar el contrarremate tras la atajada de Emiliano, y el resto fue más de lo mismo: Argentina genera ocasiones y sus delanteros despejándolas.

El Paraguay – Bolivia pintaba para partido aburrido. Paraguay debía dominar sin problemas, y de la nada, una mano involuntaria terminaba en penal a favor de los más débiles. GOL. Interesante. No pasan ni cinco minutos y ya Bolivia está asfixiada sobre su arco. A veces logran presionar un poco la salida rival, pero la tónica es la misma: el gol paraguayo no cae de puro milagro. Balones que nadie empuja, errores del portero, Almirón que sirve una y otra sin que nadie la emboque. A punto de terminar la primera mitad, Jaume Cuéllar, un chico de 19 años, ve la segunda amarilla y deja todo servido para una masacre en la reanudación. Bolivia necesita un milagro para sobrevivir.

Bolivia aguanta quince minutos. Salvadas in extremis, buenas atajadas, y fallos inexplicables de los delanteros paraguayos, como si estos no existieran. Y llega el gol, un zapatazo desde fuera del área rompe las ilusiones de una selección que se aferraba a parquear el autobús frente a la puerta. Después cayeron dos goles más, aunque eso ya no importa, la magia estaba en si aguantaban o no el cerco rival. Ya cuando cae el primero, es como si tumbasen la puerta de la fortaleza y el séquito de caballería termina arrollando a todos por delante. Sesenta minutos de resistencia que, al final, no valen de nada.

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