Copa América, día 15: Adiós, Argentina, no esperábamos más

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El segundo gol del partido llegó luego de una gran jugada de Gabriel Jesús. Foto: Getty Images.

No hubo milagro. Quizás algún iluso pensó en una victoria de Argentina, pero en la realidad, en la de esta Copa América, en la de los últimos tres años, la albiceleste no le ganaba a Brasil. La verdeamarelha tuvo un momento de iluminación, una jugada colectiva surgida de los pies de Alves y concluida por Gabriel Jesús. Eso fue suficiente para colocarse por delante, mostrar las carencias de Argentina y despertar a la bestia.

El pundonor volvió a salir a flote. Argentina se lanzó a por el balón, a presionar todas las líneas, a buscar un gol de forma desesperada. La tuvo Agüero, pero la estrelló en el travesaño. Argentina era superior, no solo a Brasil, sino a cualquier Argentina de los últimos años. Además de presionar, tocaban con criterio, aprovechaban los espacios. Messi comenzó a birlar uno, dos, tres brasileños. El gol parecía inminente. Y terminó el primero tiempo.

En los segundos cuarenta y cinco minutos el guion parecía ser el mismo. Presión alta, posesión del esférico, ocasiones de gol. Hasta que entró Di María por Acuña. Habrá que creerle a Luque (campeón del mundo en 1978) cuando dijo, medio chiste medio serio, que el fideo tenía comprada su plaza en la selección. Di María trota, la pierde, hace un buen centro después de perder tres balones, no conecta con sus compañeros. Di María fue una gran estrella, pero ya está de más en la albiceleste. El fútbol es así de ingrato. Luego cayó el segundo gol de Brasil. Me gustaría decir que fue culpa de Di María, pero no.

Gabriel Jesús se inventó un gol él solo. El balón le llega, tiene pocos rivales por delante, y echa a correr como si no hubiese un mañana, como alma que lleva el demonio, pero nunca como Forrest Gump. Con toda la marca encima de él, cede a Firmino, y el partido está finiquitado. Argentina es todo corazón, pero no hay ideas.

Con el juego terminado, solo cabe preguntarse por qué no juega Dybala, o, en otras palabras, por qué negarse a la renovación, al cambio, a no hacer algo diferente para buscar otro resultado. Pobre Dybala, sentado en el banquillo, consciente de ser la pieza necesaria, de ser ese nuevo aire, e incapaz de decir una palabra en contra de su técnico, su selección, o de nada. No sé si es cobardía o educación, porque la última vez que dijo algo, terminó en el banquillo, y ahí sigue, esperando su turno para brillar, como Argentina por el suyo para ganar un título.

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