El drama procesal es posiblemente el género televisivo que más aristas y variantes ha tenido a lo largo de la historia. En todo este tiempo, personajes como Perry Mason, Jessica Fletcher (Murder She Wrote), el teniente Columbo, Gil Grissom (CSI) o Jimmy McNulty (The Wire), entre otros, nos han regalado sus versiones de investigadores que, por distintas vías, buscan resolver todo tipo de crímenes.
Sin embargo, todos estos sujetos tienen algo en común: son estadounidenses, y eso, aunque no signifique per se algo negativo, a veces puede ser un hándicap notable, de ahí que a algunos pueda llamarles la atención el hecho de encontrarse con un rol igual de listo, pero con el matiz especial de haber nacido del otro lado del Atlántico, justo en Francia.
Raphaël Balthazar (Tomer Sisley) es un tipo brillante. Médico forense de profesión, cuenta con conocimientos que trascienden su campo científico y también posee un sentido extraordinario de la lógica, elementos que le permiten dar con soluciones que parecen imposibles. Sin embargo, no todo en él es tan perfecto, pues carga a diario con la pérdida de su esposa, Lise (Pauline Cheviller), quien fue asesinada violentamente por un sicópata obsesionado con la proporción áurea y las manos perfectas.
El gran secreto de Balthazar, protagonista de la serie homónima estrenada en 2018 por la cadena TF1, es que, como consecuencia del trauma emocional y sicológico de perder a Lise, ha desarrollado la capacidad de “comunicarse” con los muertos. Además de conversar constantemente con el “espíritu” de su mujer, el bueno de Rafael sostiene interesantes conversaciones con su subconsciente, el cual toma la apariencia de las víctimas que le toca analizar en su laboratorio.
El camino del científico se cruza, por cuestiones de trabajo, con el de la inspectora en jefe Hélène Bach (Hélène de Fougerolles), mujer extremadamente seria y con una política laboral de “cero confraternización” con sus colegas, entre quienes se incluyen también el inspector Jérôme Delgado (Yannig Samot) y los patólogos Fatim (Phylipa Phoenix) y Eddy (Côme Levin).
Sin embargo, Rafael irá “ablandando” a Hélène y descubrirá varios porqués de su vida, donde aparecen un marido infiel y par de hijos adolescentes que le dejan poco tiempo para disfrutar de sí misma.
Los casos que se le presentan al equipo que encabezan el forense y la policía, tienen siempre un tono sórdido y escabroso, que sirve, además de para elevar el morbo de la audiencia “sedienta de sangre”, como vehículo para insertar constantes críticas a la sociedad y explorar la condición humana a través de antagonistas episódicos con matices que convierten cada caso en un relato complejo e interesante.
Si bien las historias presentadas mantienen un ritmo excelente, la dinámica entre la dupla de estrellas que forma Sisley y Fougerolles es la verdadera sal del asunto. Las escritoras Clelia Constantine y Clothilde Jamin ponen a chocar a ambos alter ego con mucha frecuencia, aprovechando sus puntos de vista casi siempre contrapuestos. Así, la narrativa gira en torno a lo que genera el hiperactivo e impertinente Balthazar en combinación con su jefa, toda seriedad y lógica, a veces demasiado para su propio bien.
Por su tono, el show nos recuerda muchísimo a The Mentalist o Castle, aunque también se perciben bastantes puntos en común con otras propuestas como Tru Calling, Crossing Jordan o Ghost Whisperer, producidas en territorio norteamericano.
Lo que diferencia realmente a esta serie de sus predecesoras anglófonas es, en primer lugar, el sentido del humor francés, mucho más atrevido y oscuro de lo que usualmente se atreven a hacer de este lado del mundo en esos shows. Sin demeritar a las otras, aquí la gente parece mucho más real. El drama está servido de forma orgánica y natural, por lo cual nos hace conectar con los caracteres y sentirlos de una forma más entrañable, aunque en el fondo sepamos que son también caricaturas —esculpidas con gracia por la magia del guion.
Si bien resulta entretenida y repleta de momentos que nos pondrán a pensar más de lo normal, mientras pasan los episodios y las temporadas, Balthazar llega a una dimensión un poco más turbia, y aunque la risa ocasional no falta nunca, la seriedad termina imperando, a veces para bien y otras no tanto.
Otro elemento que choca a ratos es la representación de la inspectora Bach, que más allá de ser presentada como una mujer poderosa y capaz de superar todo tipo de enredos, a veces es retratada como una señora protestona e incoherente ante su contraparte masculina, lo cual deja mal paradas a quienes están encargadas de escribirla detrás de cámaras.
Además de las inconsistencias y lapsus en la construcción o desarrollo de los personajes, que tampoco son errores de bulto, no se ve bien que haya tantas diferencias entre los casos y la vida personal. Los primeros están armados con una elegancia pasmosa, y eso nos mantiene enganchados la mayor parte del tiempo, pero el pobre desarrollo de las relaciones extralaborales significa un bajón bastante perceptible a nivel escritural, e impiden que Balthazar dé un salto de calidad que de otra manera sí sería posible.
Sin embargo, lo más decepcionante hasta el momento ha sido la resolución del principal conflicto dramatúrgico de la serie: la búsqueda del asesino de Lise, que, a pesar de ser conducida correctamente durante las dos primeras temporadas, termina justo en la tercera (un momento acertado, hay que decirlo) pero de la manera más anticlimática posible, lo cual hace que nuestro interés decaiga en lo adelante.
En febrero finalizó la quinta y última temporada de Balthazar, que completó un total de 38 episodios de menos de una hora. Pifias aparte (¿en cuál no las hay?), aquí tiene usted una historia decente, giros inesperados y personajes carismáticos, con lo cual podríamos calificarla como un producto válido para darle una oportunidad, pasar buenos ratos frente al televisor y ver algo un tanto diferente a lo que estamos acostumbrados.
Lastima aqui version doblada q hace q se pierdan los matices del idioma