Desde el lanzamiento de The Rise of Skywalker (2019), el episodio IX de la legendaria saga Star Wars, Disney ha decidido continuar la franquicia con series de televisión que han expandido ese universo a lo largo del tiempo y el espacio.
Luego del éxito cosechado por shows animados como The Clone Wars (TCW, 2008-2020) y Rebels (2014-2018), los ejecutivos de la empresa apostaron por otras similares como Visions y The Bad Batch, ambas de 2021, y Tales of the Jedi, anunciada para el próximo 26 de octubre. Sin embargo, también dejaron claro que su caballo ganador estaba en los live action.
La primera de las producciones de este tipo para la pantalla chica fue The Mandalorian, cuya primera temporada debutó en Disney+ un mes antes del estreno en cines de The Rise… Dos años —y una temporada de Mando— después, llegó el spin-off llamado The Book of Boba Fett (2021) y recientemente se ha conocido sobre varios proyectos similares, como son Ahsoka y The Acolyte, entre otros.
Hace un par de semanas aterrizó en su plataforma de streaming lo más nuevo de la galaxia «muy, muy lejana», Andor, serie precuela de la que es considerada por muchos como la mejor cinta de la franquicia.
Esta propuesta inicial de 12 episodios (habrá una segunda y final de igual cantidad), tiene como personaje central a Cassian Andor, a quien ya conocimos en el filme Rogue One: A Star Wars Story (2016). Entonces, este carismático capitán, encarnado por el mexicano Diego Luna, era un agente de la Alianza Rebelde que dio su vida tras conseguir robarle al Imperio los planos de la Estrella de la Muerte.
En el actual show, creado por Tony Gilroy, el mismo que escribió el guion de Rogue One…, viajamos cuatro años antes de aquel filme para conocer cómo fue que este intrépido y moralmente cuestionable sujeto se unió a las fuerzas de la resistencia y se convirtió en uno de los activos más importantes en la lucha —desde las sombras— contra Darth Vader y su maestro, el emperador Palpatine.
Igual que pasa en la historia que le precede y también en TCW, el tono de Andor se distancia un poco de lo que estamos acostumbrados a ver en Star Wars. Ubicado en un período de transición entre la República y el Imperio, el relato no aprovecha temas altamente cotizados como los jedis, la Fuerza y todas las aventuras efectistas que ya conocemos, sino que se centra en darnos una mirada al mundo del espionaje galáctico, en donde no siempre los involucrados actúan como caballeros y princesas portadores de sables láser.
La transición de Cassian parte de algunos flashbacks de su pasado en un planeta salvaje. En paralelo, lo conocemos como un tipo aparentemente apolítico que solo quiere encontrar a su hermana. Sin embargo, por el camino, su búsqueda se tuerce hacia una ruta inesperada, y el más o menos bueno de Andor se ve forzado a conectar con Luthen Rael (Stellan Skarsgård), miembro de la inteligencia rebelde. Así comienza su conversión en un operativo dispuesto a casi todo por llevar adelante las misiones asignadas.
La historia, “cocinada” lentamente, está construida de una forma que podríamos describir como de “bajo perfil para gente muy fan de la saga”. La intención de Gilroy y el equipo es ofrecernos una mirada detallada de las capas menos visibles de la guerra a toda mecha que observamos en la trilogía original. Aquí los protagonistas no parecen ser grandes héroes o villanos, sino seres “normales” en un conflicto a punto de explotar en cualquier momento.
Tan “aterrizado” resulta todo, que a ratos cuesta distinguir la ciencia ficción en medio de la tensión que se respira. Sí, tenemos alienígenas, naves espaciales y blásters, pero todos esos elementos quedan opacados por este cuento entre líneas, montado en torno a una atmósfera repleta de tonos grises y diálogos que reflejan la desesperanza de este período.
Sin embargo, entre tanto diente apretado, juegos de poder y lucha antidictatorial, se ve la luz a través de la senadora Mon Mothma (Genevieve O’Reilly), personaje clásico de la saga, que en su versión joven se erige como la futura líder de la Alianza y empoderada portadora de la poca fe que tiene la galaxia en desprenderse del yugo de los sith.
Como todo audiovisual que se precie, los “malos” fundamentales, interpretados por Denise Gough, como la regia Dedra Meero, y Kyle Soller en el rol del juicioso y a ratos torpe Syril Karn, aportan el balance característico que oscila entre la amenaza real y esa intensidad hasta cierto punto risible que ya vimos antes en tipos como el general Hux, Jabba the Hutt o el propio Boba Fett.
Andor consigue despegarse lo suficiente de la estela ocasionalmente simplona y no tan bien escrita de algunas de sus antecesoras (Obi-Wan Kenobi, te hablo a ti) y a pesar de tener un desarrollo que para algunos podría resultar demasiado lento, es capaz de transformar lo “espeso” en una señal de identidad más que en un defecto. Sin grandes aspiraciones, la serie está muy cómoda en ese “bajo perfil”, desde donde es capaz de narrar una aventura de muchos matices, que incluso aquellos que no sean demasiado fans pueden llegar a disfrutar.
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