Las noches con Franceska Jaimes

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La actriz porno Franceska Jaimes. Foto tomada de The Movie Database.

¿Saben de ese video porno, Public Anal Fuck…? Bien, lo he visto como veinticinco veces. No te sorprendas, es una cantidad razonable…

En algún momento, esa película de Franceska Jaimes se convirtió en mi favorita. Esa, entre 130. Todavía no sé por qué, o ahora, después de diez años de conocer el temblor de piernas por el efecto curvo de la colombiana. Hubo un tiempo en que todo mi sexo fue el escurrir de su fluido, el vaho entre sus piernas. Esas maquinaciones. Y fue bueno: candoroso y a la vez útil como una escuela.

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Cuando comencé el Preuniversitario en el Campo, apenas sabía masturbarme. Lo digo sin vergüenza. En aquel tiempo todo lo sexual era un acto profano. De no ser por Emilio, uno de mis compañeros de albergue, jamás, siendo diestro, hubiera aprendido la destreza masturbatoria con la zurda —hay cierto placer implícito en la torpeza—. Emilio hizo un grupo de estudio para aprender la masturbación, con clases teóricas en las que mostraba en su laptop las habilidades de Franceska. Siento orgullo de eso: soy alumno de su escuela. De Franceska, que lee como pocas el braille de las venas, y sabe de juegos con saliva y técnicas con la muñeca en zonas precisas: presionar en la base-subir suave pero firme-arropar el glande con los dedos. Tres pasos y alguna caricia testicular, y cualquier tipo llega en fotofinish.

Lo veo ahora, en la cara del calvo en Public Anal Fuck: ese rictus entre el placer y el espanto. Es increíble cómo Franceska subvierte la realidad mediante las felaciones, esa técnica ancestral. Y el calvo sin pistas, pobre, con la cabeza como un globo, no sabe qué hacer. De ponerle un estetoscopio, sentiríamos la vertiente sur de las irrigaciones; cómo se le derrite el corazón y le gotea a territorios del plexo sacro. Cede al temblor y a esa liviandad de las piernas, como si le colgaran de un hilo, jodida marioneta. Lo sabemos cuando estira un brazo para sostenerse y no caer al suelo. Y durante quince segundos el espectador imagina dónde ha estado el pobre calvo —que traga saliva, expira; calla porque está como ausente. No hay nada más sublime y a la vez tan parecido a la miseria.

Franceska, con toda la humildad del mundo, lo ha hecho todo sin levantarse del suelo, las rodillas en el polvo; con una pose por momentos tan servil como la de una figura de la Pasión. Los aficionados a las películas porno sabrán esto: en las mejores siempre hay actos de penitencia.

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Eso de ser un penitente también lo sentí en carne propia. Si tienes dieciséis, estás becado y eres gordo, las probabilidades de tener sexo son significativamente bajas. Créanme, sé una o dos cositas al respecto. En ocasiones solo queda un coto de caza favorable, pero las presas van por las mismas que uno. Saben de eso que dicen, que a los gordos no les gustan las gordas, y viceversa… Es cierto. Los gordos quieren mirarse en espejos cóncavos. Es un mecanismo de defensa.

Vuelvo: nada de sexo durante aquel décimo grado. Eso explica en gran medida que yo, hombre diestro, tenga hoy tanta fuerza controlada con la zurda, y el bíceps correspondiente algo más pronunciado. Todo un año con postales de Franceska en la cabeza, con fotos suyas impresas en blanco y negro, en hojas y con impresora de cinta. Las pegué en la taquilla. Allí las tuve hasta que masturbarme dejó de ser una liturgia para convertirse en un divertimento.

Así las noches, bajo las sábanas blancas por reglamento, yo temblaba, pero no de frío, y apenas aguantaba las exhalaciones para que no explotaran en el silencio del albergue, aunque en ocasiones la litera sonaba como un tren que atraviesa la madrugada y Eduardo, mi compañero de la cama baja, daba golpecitos con los nudillos en la tabla. Y todo quedaba en eso. Igual otro día era yo quien sentía llegar su tren…

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Con los años aprendería otro montón de tips sexuales que ya he olvidado. Durante un tiempo fui un artesano del orgasmo; lo supieron mis novias. Hoy apenas me queda ese estilo básico que aprendí a los dieciséis años, y entiendo que el sexo me parece cada vez más un diálogo de besugos. Porque perdí el candor y acabaron los días de escuela. Eso. O será que estoy cansado, y solo quiero estar bajo la sábana blanca. Como ausente.

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