La fórmula del detective atormentado ha sido explotada casi hasta el hartazgo por los creadores contemporáneos. Estos caracteres han ganado popularidad en la medida en que el arquetipo del antihéroe creció al calor de la postmodernidad. Por ahí, los seres “rotos” se han convertido en material de primera para la literatura, el cine y la televisión.
En tiempos recientes hemos disfrutado personajes complejos, profundos y cargados de traumas, como son el Rusty Cohle (Matthew McConaughey) de la serie True Detective; el inspector Kurt Wallander, nacido en las novelas de Henning Mankell y encarnado por Kenneth Brannagh para BBC One; o la hacker Lisbeth Salander, creada por el desaparecido Stieg Larsen en su saga Millenium, e interpretada con maestría por Noomi Rapace, Rooney Mara y Claire Foy en sus diferentes adaptaciones.
Hace pocos meses, justo el 29 de mayo último, Netflix estrenó una serie de ficción que nos ofreció una nueva aproximación al policía “roto”: Dept Q. Sus primeras cinco novelas ya han sido llevadas al cine en Dinamarca, país de origen, y un número idéntico de entregas está en camino. Llegó al streaming mundial con otro envoltorio, pero manteniendo su esencia.
Basada en las obras del escritor Jussi Adler-Olsen, y con guiones de Scott Frank y Chandni Lakhani, esta primera temporada de nueve episodios nos traslada a Edimburgo, capital de Escocia. Allí somos partícipes de dos investigaciones paralelas: la desaparición de la fiscal Merrit Lingard (Chloe Pirrie) y el ataque sufrido por tres agentes en una vivienda de Leith Park, como consecuencia del cual uno de ellos murió y otro quedó paralítico.
El protagonista de la historia es Carl Morck (Matthew Goode), el único en salir (casi) ileso del tiroteo en Leith Park. Detrás de su agria y sarcástica fachada, este hombre esconde un dolor que procede del síndrome del sobreviviente, una constante sensación de abandono y su palpable incapacidad para lidiar con la crianza de su hijastro rebelde.
Tras ser “castigado” por su jefa, la superintendente Moira Jacobson (Kate Dickie), Carl se convertirá en el solitario miembro de una división destinada a resolver casos “congelados”. Sin embargo, pronto se le sumarán dos inesperados escuderos: su mentalmente inestable colega, Rose Dickson (Leah Byrne), y Akram Salim (Alexej Manvelov), un ex policía sirio con el único deseo de probar su valía.
Mientras trata de entender qué pasó con Lingard y Leith Park, el bueno de Morck deberá asistir a terapia con la doctora Rachel Irving (Kelly McDonald). En estas conflictivas sesiones, irá procesando sus pesares y resolviendo asuntos que van más allá de los crímenes de turno.
Es justo decir que en el episodio de apertura los escritores juegan al despiste de una manera admirable. Visto así de pronto, este segmento pudiera no resultar lo más atractivo dentro del género. Su ritmo lento, los lugares comunes y la poca química mostrada entre sus personajes, hacen que nos cueste engancharnos a este viaje. No obstante, la secuencia final del capítulo nos presenta una revelación que impedirá el abandono de la pantalla.
La sublime elaboración de Frank y Lakhani nos adentra en un juego en donde las pistas, de naturaleza ambigua, llegan a cuentagotas. El gran mérito de los guionistas radica en que solo hasta muy avanzada la temporada tenemos una idea más o menos clara de lo que sucede. La dupla de escritores deja claro desde el principio que no importa cuán perspicaces seamos, tendremos que llegar hasta el final para empatar cada cabo suelto.
Mientras pasan los episodios, la dinámica entre los protagonistas se convierte en uno de los pilares de la serie. La insólita conjunción entre Morck, Akram y luego Rose, tres seres dispares, fallidos y brillantes, empieza a rebosar carisma en escena junto con un argumento que gana cada vez más inercia.
El tono de la serie puede llegar a ser oscuro, violento y deprimente, pero a ratos también muestra una suerte de ternura, que aporta el equilibrio ideal para que nos interesemos en lo que sucede a cada uno de estos ingeniosos personajes.
La cinematografía aprovecha la belleza de las Tierras Altas y del Edimburgo gótico para ambientar muy bien este misterio denso y lleno de giros cerrados. Por otra parte, resulta muy delicioso apreciar los choques entre Morck, un inglés “aplatanado”, y los nativos. Estas interacciones ejercen como alivio cómico y provocación de los compatriotas de William Wallace hacia sus vecinos.
El trabajo de Goode en la representación de su alter ego, un hombre antipático, altivo y reflexivo, nos permite disfrutar de un Carl lleno de matices. Con el paso del tiempo, nuestro “héroe”, se va mostrando como alguien que se preocupa por los demás, aunque él no esté dispuesto a aceptarlo.
Igual de bien que el cabecilla del elenco, está Leah Byrne, la absoluta revelación de Dept Q. Esta destacada interpretación podría significar para ella un salto de nivel en su carrera, que hasta ahora le había deparado solo algunas apariciones episódicas en producciones británicas como Call the Midwife, Deadwater Fell y Nightsleeper.
Tras el éxito de esta primera entrega, la siempre rácana Netflix decidió renovar Dept Q. Ahora solo queda ver qué obra decidirán adaptar, pues cuentan con más de media docena de volúmenes que les permitirán continuar la historia de Morck y sus asociados.
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