Lo útimo de Lars von Trier vuelve a las confesiones. De Joe a Seligman, de Jack a Verge. El mundo del danés repite, recientemente, una narrativa común: las historias deben ser, a veces, también orales. La oralidad en el cine es una ceremonia, digamos, menor. Lo oral, en su forma bruta, es una obsesión demasiado antigua para ser chic, pero el cine de von Trier es, per sé, un cine que atiende a obsesiones, hasta algún punto, milenarias.
En algún momento, a esa obstinación le llamó Dogma. En algún momento, más tarde, se cansó de nombres como ese. En algún interludio se decidió, incluso, por la persistencia de los hipervínculos hacia sí mismo que, visto lo visto, no es sólo una forma ególatra del arte, sino, más bien, es el arte como la negociación más simple donde predomina la gracia de lo «yoísta».
The house that Jack built es, de cierta forma, un intento a medio camino entre el von Trier que, cuando presentó Melancholia en 2011 en Cannes, dijo entender a Hitler y el von Trier más grotesco de Antichrist: la casa que Jack construye al final (no hay aquí, necesariamente, una alerta de spoiler) podría ser una prolongación de los testículos mutilados de Willem Dafoe; el asesino en serie (Matt Dillon) que busca la full metal jacket, puede ser el Dafoe de la pira funeraria. El cineasta danés es, probablemente, un tipo a medio camino entre Dafoe en el final de Antichrist y Dillon en el cierre de The house that Jack built, dos hombres motivados por valores antiquísimos, casi extintos. Sabemos esto porque en una entrevista en el último Festival de Cannes dijo que ahora era más humilde.
P.D: Este filme fue proyectado ayer en el cine La Rampa como parte del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
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