Será, quizá, que un matrimonio no puede verse. Que es como esos grandes cuerpos celestes, invisibles al ojo humano y que sólo se localizan por su gravedad, por la atracción que ejercen en todo lo que les rodea…
Sean Greer
En este 2020 poliédrico, lleno de tiempos planos y encierros, la convivencia se ha convertido en un bucle infinito. El matrimonio —cualquier unión similar— es una enfermedad que agrava cuarentena, una dolencia todavía más sintomática provocada por el desgaste cotidiano. Puede percibirse en esas escenas de la vida conyugal lo que nos sucede a todos: el tiempo va arrancándonos las pieles hasta dejarnos en la materia esencial: uno es sólo para sí mismo y no para el otro.
Muchas parejas se rompen cuando una de las partes, o ambas, ha dejado de pretender o fingir ser quien debe ser para el otro y de plano se solaza en la autocomplacencia. Aunque la verdad, probablemente ese otro jamás será la persona que esperamos, así como uno mismo no llegará a cumplir grandes esperanzas… Amar es una cosa muy jodida.
Y Marriage Story (2019) viene a lavarnos la cara con reflexiones como esta. La última película de Noah Baumbach es la historia del desmoronamiento de una pareja (con hijo en común), la relación detallada de todas las conductas individuales que minaron su matrimonio: incomprensiones, promesas incumplidas, frustraciones personales, en fin, la asfixia. Muchos films comienzan por el silencio; pocos por lo que nunca se dijo. Esta cinta abre con la voz en off de los personajes, quienes leen, alternadamente, la carta que cada uno escribió sobre el otro como ejercicio terapéutico para parejas en proceso de divorcio. Empieza Charlie (Adam Driver):
Nicole hace unos regalos increíbles. Es una madre que juega con su hijo, pero de verdad […] Es un portento abriendo recipientes, porque tiene mucha fuerza en los brazos, algo que me parece súper sexy […] Es valiente. Baila increíblemente bien, es contagioso; ella me incita a bailar […] Es mi actriz favorita.
Sigue ella:
[Charlie] llora fácilmente en el cine […] Nunca se siente derrotado, algo que a mí me sucede todo el rato. Charlie acepta mis neuras y cambios de humor estoicamente […] Adora ser padre, le encanta todo lo que debería odiar […] Es casi irritante cuánto le gusta pero, en realidad, es bonito…
Son seis minutos de película que nos anudan la garganta porque sabemos qué vendrá luego. Por momentos, el espectador puede confundirse y entender las notas como sendas declaraciones de amor, aunque son, apenas, el inicio de la despedida.
En lo siguiente comenzará esa parte de la narración más parecida a las realidades de dos personas y su vida todavía común, incluso después de separarse. Nicole (Scarlett Johansson) se muda a Los Ángeles desde New York con el hijo de ambos; Charlie se queda. Aparece la abogada de Nicole, Nora (Laura Dern), ese personaje encargado de dinamitar la pasividad del trato entre la pareja. Desde ese momento se abre el infierno y comienza la pelea por la custodia del hijo, la separación de bienes; toda esa batalla sucia protagonizada por los abogados mientras Nicole y Charlie se lanzan miradas demasiado sentidas. Son momentos de ternura auténtica, de otro tipo de amor solapado bajo el egoísmo y la soberbia.
Marriage Story es una película pensada como un libro. Se siente la fuerza narrativa, el dominio del tiempo, la solidez de los caracteres. Llega, incluso, a emular con The Story of a Marriage, novela de Andrew Sean Greer cuyo argumento tiene varias líneas de confluencia con este film. También podemos comparar la obra de Baumbach, si se quiere, con el clásico Kramer vs. Kramer (1979), pero, en este caso, el drama es la revolución paternal de un hombre de repente enfrentado al cuidado de su hijo después del abandono de la madre y el posterior conflicto cuando la mujer regresa. Y Marriage Story es, más bien, una actualización, el punto de vista contemporáneo de la tragedia de una pareja en el mundo hoy. El conflicto legal abre una sima entre Nicole y Charlie. Es la “justicia” el campo de batalla, espacio de confrontación y la verdadera distancia entre ellos, aunque todavía se sienten demasiado cerca. Esa es la crítica de esta cinta: las leyes, el sistema, es lo que hace traumático el proceso de separación de dos personas.
Resumen: Charlie abandona New York y se instala en Los Ángeles para estar con su hijo; Nicole retoma su vida, interrumpida desde el matrimonio: actúa, sale con quien quiere, es feliz, incluso se deja meter los dedos por un friki desgraciado en una escena intrascendente. El ansia de independencia de la mujer no es otra cosa que una protesta contra el patriarcado, su propia revolución en el desamor, si se entiende que durante toda la película culpa a su ex esposo por no hacerla sentir importante. Por momentos, nos parece que todo debe tratar sobre ella, su complejo de inferioridad (este criterio del director levantó reclamos en las barras bravas feministas). Pero lo cierto es que las culpas están repartidas en el fracaso de su relación.
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En una de las escenas finales, Charlie lee a su hijo la nota que Nicole escribió y se negó a mostrar. Entonces entendemos dónde brota la fuerza para anudar la vida como es debido. La última oración de la carta es la síntesis de todo lo que perdura, el trazo de un sentimiento que traspasará los siglos…
Me enamoré de él a los dos segundos de verle… Y nunca dejaré de quererlo, aunque eso ya no tenga sentido.
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